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martes, 8 de septiembre de 2015

El privilegio de Asirón, con o sin unión


El ya no tan nuevo alcalde de Pamplona parece decidido a que a la ciudad no la reconozca “ni la madre que la p…” como dijo hace décadas un ahora quejoso ministro socialista. Y para eso Asirón, que no fue elegido por los pamploneses sino por una coalición de minorías derrotadas, lo quiere cambiar todo. Eso sí, no todo a la vez, para no enfrentarse a todos a la vez.

Ahora le ha tocado a la conmemoración del Privilegio de la Unión. Éste consiste en un documento firmado el 8 de septiembre de 1423 por el rey Carlos III el Noble estableciendo las condiciones jurídicas, los derechos y las obligaciones con los que se habrían de fusionar desde entonces los tres burgos asentados en la vieja Pamplona medieval. Hasta ese día, la Navarrería (el burgo nacido en la antigua Pamplona romana y poblado principalmente por nativos del reino), San Cernin (el burgo de artesanos y mercaderes a lo largo de la actual Calle Mayor al SO de la Navarrería y poblado en su fundación principalmente por francos) y San Nicolás (el otro burgo de francos, con su iglesia y calle homónimas, y delimitado de San Cernin por el foso en lo que hoy es Calle Nueva) eran tres realidades completamente distintas y a menudo enfrentadas, en auténticas guerras como la que llevó a la destrucción completa de la Navarrería en 1276.


Sin Carlos III y su Privilegio Asirón no sería alcalde. Tan fácil como eso: la norma que se conmemora, o sea el Privilegio, define qué símbolos, escudo, sello y bandera tendría la Pamplona unida, qué derechos sus ciudadanos, y qué representantes e instituciones dentro de sus nuevas murallas. Sin el Privilegio no habría hoy alcalde de Pamplona, sino tres burgos cada uno con sus representantes.

Ese hecho histórico explica que se hayan ido acumulando actos conmemorativos del Privilegio de la Unión en su aniversario, actos cívicos en la calle y un Te Deum en la Catedral, con el Ayuntamiento entonces creado en corporación haciendo una ofrenda floral en la tumba de su fundador y de la reina Leonor de Castilla. Y eso mismo hace inexplicable que Asirón, que debe todo a Carlos III –un maketo, un Evreux-, haga recortes ahora a la conmemoración.


Hay quien cree que el “recorte” de Asirón es por razones religiosas, para convertir el aniversario del Privilegio de la Unión en una ceremonia sólo civil, cosa lógica en su coalición de gobierno “laica”. Pero no estoy muy seguro, porque la polémica no le favorece y en su misma EH Bildu proetarra hay católicos de Misa diaria, por sorprendente que parezca y por vergonzoso que sea recordar sus nombres.

Puede haber otra razón. La misma palabra ‘Privilegio’ le suena mal a mucha gente de todos los partidos, porque a estas alturas de 2015 parece que una norma que crea derechos y deberes diferentes, es decir un privilegio, es algo por definición malo. En realidad eso no es así, y especialmente los navarros debemos tenerlo muy claro, quiera o no Asirón. En nuestros días creemos que la igualdad es lo mejor posible siempre, y por eso la gente ve mal las diferencias legales o de cualquier tipo, los privilegios. Nuestra sociedad y nuestra política se basan en suponer que todo y todos somos iguales en todo. En la Edad Media no era así: cada persona, cada familia, cada ciudad, cada gremio y cada orden tenían sus propios derechos y deberes, celosamente recogidos en un documento específico. Ese documento en unos caso se llama Fuero, en otros Privilegio, y pone por escrito los derechos y deberes reconocidos por un Rey en nombre de Dios a alguien. Que Pamplona tenga aún su Privilegio no es una injusticia, es una supervivencia de su ius proprium. Es un magnífico legado de Carlos III, al que Pamplona debe al menos un homenaje anual y sin “recortes”.

Y aún queda más que hacer para Asirón: antes o después hay que dar su debido homenaje al verdadero fundador de la ciudad, que lo merece sin duda: a Cneo Pompeyo Magno. Lo que no sólo es justo, sino debido. ¿Dirán que no y que sería mejor que no hubiese ciudad en la que poner de alcalde a Asirón?

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