El director teatral y profesor Ignacio Aranguren Gallués recibe el Premio Príncipe de Viana de la Cultura 2016 en un acto en el Palacio Real de Olite. Hasta ahí, aparte la opinión que a cada uno merezca el premiado y el criterio del Departamento de educación y Cultura, todo normal. Pero lo anormal, lo completamente anormal, es que la ceremonia se convocó por primera vez sin presencia de representantes de la Casa Real española.
No tiene ni pies ni cabeza que se dé un premio con el nombre del Príncipe de Viana y se excluya expresamente a todos los herederos… ¡del Príncipe de Viana! Todos sabemos, o debemos saber, que el título fue creado por Carlos III de Évreux, rey de Navarra, para su nieto Carlos. Y el título ha ido asociado a lo largo de la historia a dos cosas que no pueden borrarse de un día para otro. Es un título asociado a la cultura navarra y española por la obra del que habría de ser escritor e historiador Carlos de Trastámara. Y es un título que siempre desde entonces han usado, cuando y como han querido, los herederos futuros de la Corona de Navarra y de España.
De modo que, lo vistan como quieran, no tiene más sentido que el de la política abertzale. ¿Cómo si no llamaremos a dar un premio Príncipe de Viana sin invitar al Príncipe de Viana y a la vez celebrarlo ante el Palacio Real de Olite? En la vida hay que elegir, presidenta Uxue: o queremos lealtad a la tradición monárquica de Navarra, foral y española, y entonces sí que tiene sentido ir a Olite y llamar al Premio con el nombre de un Príncipe, pero no podremos no invitar a los que hoy representan eso; o no queremos esa lealtad, pero entonces ir a un palacio real y usar un título privativo de la Corona roza el ridículo.
Quien dice ridículo dice Bildu, por supuesto. Bildu y todo lo que a Bildu se acerca rebasa con mucho lo ridículo. Qué diremos de unos republicanos ateos que organizan un… ¡homenaje a los Reyes de Navarra! Y, además, ¡en un monasterio como en Leyre o en un palacio como en Olite!
El problema del nacionalismo con la Historia es siempre el mismo. La historiografía nacionalista oculta la complejidad real de las cosas para proyectar hacia atrás las identidades que desearía ver triunfar en el presente; el resultado son narraciones lineales, jalonadas por héroes y mitos en cuya contemplación se reconocía el orgullo compartido de “los buenos patriotas”. Incluso los mapas reflejan desde tiempos inmemoriales las fronteras sagradas de la nación eterna (o más bien soñada como eterna). No nos hablan del Príncipe de Viana como fue, el hijo de Blanca y Juan II, ¡el hermano de Fernando el Católico!, sino que nos hablan del pasado como querrían que hubiese sido y saben, en lo que se refiere al Príncipe de Viana, que no fue.
Dijo Ernest Rénan que “el olvido e incluso diría el error histórico, son un factor esencial en la formación de una nación, y de aquí que el progreso de los estudios históricos sea frecuentemente un peligro para la nación". Tal es el problema de los abertzales: no quieren conocer el pasado, ni que se conozca, sino contar lo que quieren y hacerlo creer a todos así. Aunque para eso haya que falsificar la vida de un Príncipe que si algo no fue es vasco.
Los actuales rey Felipe VI y la reina Letizia, en una edición anterior de el premio Príncipe de Viana
Caius
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