Kontseilua celebró hace unos días el 30 aniversario de
la Ley Foral del Vascuence.
Y hay algo de confuso en todo el asunto. Si los defensores de la
ultra-oficialidad del vascuence en Navarra la festejan, será porque esa Ley,
aprobada por el PSOE en el poder y mantenida y aplicada por UPN en el poder,
favorece sus planes. Pero al mismo tiempo ellos se han pasado las tres décadas
pidiendo más, diciendo que no era bastante, y en definitiva exhibiendo sus
sueños: que el vascuence sea la lengua oficial de Navarra, que sea enseñada en
toda la escuela navarra y que tanto la Administración como los navarros deban
conocerla y usarla bajo pena de sanción o cuando menos de minusvaloración. Que
es lo que sus hermanos abertzales hacen en la Comunidad vecina.
Aclárense, gudaris de las
ideas. Si fue tan mala cosa, ¿por qué la celebran? Y si es buena ¿por qué la
han criticado, además de usarla, durante 30 años, y por qué quieren cambiarla?
Esto no se entiende muy
bien. ¿No estaba el vascuence
cruelmente reprimido en Navarra? Si
no lo estaba y esta Ley dejó las cosas como estaban, ¿por qué mienten? Y si lo
estaba y esta Ley lo “salvó”, ¿por qué mienten, al decir que “desde 1986 hasta
ahora, los vascoparlantes en Navarra han pasado de 50.000 a casi 90.000”?
La mentira básica es la
que propaga a los cuatro vientos el Diario de Mentizias, financiado por el PNV
y el resto del Tetrapartito con dinero de todos y nunca del todo negado por los
otros medios ni por los otros partidos, que buenas razones tendrían para
hacerlo: no, señores, no, el vascuence no es y jamás ha sido salvo en su
imaginación “la lengua originaria de los navarros”. El resto viene por
añadidura.
Los diferentes dialectos
del vascuence sólo han sido la lengua de una parte de los navarros, y no la
común, ni la mayoritaria. Esta ley, hecha desde los complejos y desde la
aceptación sumisa de los presupuestos abertzales, ha sido el camino para
extender el euskera batua, ajeno a Navarra, por nuestra sociedad y por nuestro
territorio. Y sí, gracias al empleo del dinero público por socialistas y
navarristas hay más hablantes de vascuence. O mejor dicho más conocedores
del batúa, fundamentalmente gracias al sistema educativo público y privado
generosamente financiado y en toda la zona de Montaña impuesto directamente sin
que las familias puedan optar. Conocido, que no usado: porque el vascuence hoy se
conoce más y se ostenta más, pero se usa menos, según todos los estudios, en la
vida familiar o entre amigos.
Entiendo que a los
abertzales esto les sepa a poco. Ellos
quieren todo. Con caramelo
–si te portas bien podrás ser funcionario de la Navarra Euskaldún- y con palo
–si no te portas bien te aislarás, serás un españolista y marcarás a tus hijos
para siempre-. El “movimiento social de apoyo al euskera” no defiende lo que
queda de la lengua de algunos de nuestros antepasados, sino que trata de imponer
como seña común de identidad la que no lo ha sido nunca. Y en medio de todo eso
los abertzales no saben si celebrar la Ley o si seguir llorando por ella. Si la
cambian será a peor, pero esto no convierte en buena la de 1986.
De hecho, son los 30 años de una Ley mala,
hecha por malas razones y con pésimas consecuencias. Han conseguido convertir el euskera en
una baza política; si eres abertzale amas el euskera, y viceversa, como si las
lenguas pudiesen, o incluso debiesen, amarse. Los hechos son tozudos: no lo
conoce más que un 15%, lo hablan en realidad aún menos como lengua materna, y
lo hacen en una parte de Navarra muy localizada. Con la adición de la parte de
la sociedad que se reconoce en el extremismo abertzale. Y eso no es todo: el
precio no ha salido sólo de los impuestos de todos –no sólo de ellos- sino
además de la libertad de dos generaciones expuestas a esa imposición sin
defensa alguna. De ese error tendrán que responder no sólo los abertzales hoy
en el poder sino los consejeros de educación que desde 1986 han sido.
Estos pobres incautos, con Mendoza al frente, ya han hecho un
experimento: este año, por primera vez, se ofreció a los padres la posibilidad
de que sus hijos estudiaran en euskera en la Ribera y en la Zona Media aún
libre y fueron 77 los interesados. 77 en más de la mitad de Navarra. Ni dos autobuses, y eso que era
“todo gratis”. El euskera deseado por los abertzales y tolerado por sus
insuficientes enemigos no crece con la libertad, sino que ha necesitado la
imposición –en unos casos legal, en otros por la presión social nacionalista-
para crecer, y al precio añadido de hacerlo mal. Nosotros sí queremos una nueva
Ley del Vascuence, una como la que en tiempos pedían UPN, PP y no pocos del
PSOE: una ley de libertad,
pero sin prebendas ni ventajas que conviertan a una nueva lengua, una
nueva fe o una nueva política a nadie. La libertad es la solución y, por
supuesto, el español es la lengua común de la libertad de todos los navarros.
Caius
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