En algunos grupos de facebook se ha subido un video en el que se visualiza y escucha el himno nacional español – la Marcha Real- en las calles de Pamplona, con motivo de una de las procesiones religiosas de esta pasada Semana Santa.
Los comentarios, en general, eran muy positivos: “estamos en España”, “que alegría”, “¿por qué va a molestar?”…
El Himno Nacional en los pasos de Pamplona
Ciertamente, el hecho no deja de ser, en estos tiempos, una excepcionalidad. Ante todo, por desarrollarse en la parte vieja de Pamplona; supuesto feudo de la aberchalada y radicalismos anarco-comunistoides para quienes la tolerancia es vista como un ejercicio de debilidad frente al “fascismo que avanza”.
Pero además, para otros, tamaña manifestación popular no dejaría de ser sino un pernicioso residuo del denostado y fenecido nacional-catolicismo de tan “infausta memoria”. Otro signo a derribar y eliminar; y van…
A pesar de todo ello, para muchos -sin necesidad de ser religiosos- tal ejercicio de identidad colectiva no deja de ser una manifestación más de estricta normalidad social y democrática. Un ejercicio de civismo, de libertad y de consistencia comunitaria. Simbolismo compartido, sacralidad pública, identidad nacional, espontaneidad popular.
Ciertamente, el asunto no es nada sencillo; sobre todo, al cargarse un episodio de este tipo con múltiples valoraciones ideológicas que retuercen y deforman la realidad… al servicio de contrabandistas de ideas y proyectos totalitarios (laicistas confesionales, radical-progresistas, panvasquistas paganizantes o veterocatólicos sabinianos…).
Constatemos, en primer lugar, el empeño en expulsar la religión –la católica, faltaría más- del espacio público y limitarla a las sacristías y a la conciencia individual; lo que en última instancia implica la eliminación de unos poderosos vínculos simbólicos de carácter comunitario e identitario orientados al sentido existencial. La tendencia laicista es poderosa, sigue en alza y son muchos los resentidos encantados en alimentarla… y no pocos acomplejados en plegarse ante lo percibido como “normal”. Veremos mucho, mucho más.
En segundo lugar, las tendencias y posicionamientos de la propia Iglesia católica; en tantas ocasiones desconcertantes para propios y extraños. Y no nos referimos al magisterio del Papa Francisco. Un detallito a modo de ejemplo: ya no es posible escuchar el himno nacional en una ceremonia oficiada en un templo católico…, por imperativo canónico. Si la familia de un fallecido desea que en algún momento del funeral por el alma de su ser querido sea entonada la marcha real -por manifestación expresa del fallecido, de la familia, de sus amigos, de todos ellos…- no lo conseguirá: sea en San Nicolás de Pamplona o en San Pedro de Olite. En Urdax o en Cortes. Hasta tal punto es así que no es imposible afirmar que el himno nacional interpretado en la celebración eucarística de la Virgen del Pilar, en la iglesia de San Miguel de Pamplona, acogiendo a la patrona de la Guardia Civil y al Benemérito Cuerpo allí celebrante en el último octubre del 2016, acaso forme parte ya del pasado.
La Dolorosa de Pamplona
Tiempos paradójicos y sorprendentes los nuestros: a la religión se le expulsa del espacio público y en los templos no puede escucharse la Marcha real. Tanta separación, tanto matiz, tanta dialéctica, tanta normativa, tanta asepsia…nos han hecho perder la memoria y los reflejos. Y las personas sin memoria ni reflejos son dóciles ante el poder, el que sea.
Formalmente, ambos episodios son circunstancias distintas que responden a dinámicas propias. Está claro.
La separación Iglesia-Estado, interpretada en su versión confesional laicista anticatólica, tan de moda en nuestra decrépita Europa, seguirá avanzando también en Navarra. Nos guste o no. A la vez que la increencia se instala significativamente entre los navarros; y algunos miles de nuevos –y otros no tan nuevos- navarros se adscriben a los cultos evangélicos y musulmán. Y a la New Age o al “supermercado espiritual” tan próximo a las viejas supersticiones que el cristianismo nos había liberado... Estamos en una sociedad pluralista. Es evidente. Nadie lo niega. Y muy poco católica; también es notorio. Perviven parroquias católicas de gran vida y proyección, realidades eclesiales luminosas y esperanzadoras. Pero lo cierto es que no es posible afirmar –salvo desde la perspectiva de la esperanza escatológica- si serán el germen de nuevos cristianos o islas que resisten mal que bien, los vendavales de la globalización, el mundialismo y el desarraigo.
Mientras tanto, algunos añorarán que la marcha real suene al órgano y en un templo, al menos en alguna ocasión. Un signo de los tiempos: Navarra apenas se reconoce en su pasado; tampoco en el religioso. Y con ello se pierden lazos comunitarios, viejas y benéficas solidaridades, experiencias compartidas, tradiciones operativas que dieron vida a un Fuero exhausto…
Los navarros de ayer, de hoy, y de mañana, seguiremos teniendo necesidad de comunidad y pertenencia. La navarridad de hoy es distinta de la de ayer. Y lo será de la de mañana. Habrá, ya las hay, muchas formas de vivenciar la navarridad, individual y colectivamente. Pero si el lazo con la tradición católica se rompe –creencias, vivencias, comunidades orgánicas- se tratará de una Navarra irreconocible; no en vano –es legítimo preguntarse- ¿perviviría Fuero alguno? Navarra, en tal caso, ¿sería algo más que una mixtura personal a base de Osasunbidea, Hacienda Foral y los lights cursillos de los Civivox?
Cuando Juan Pablo II reclamaba el tan famoso como olvidado “¡Europa, sé tú misma!”, invocaba a su pasado religioso, a su cristianismo, su tradición romana, su sabiduría griega. Hablaba de raíces, pero también de proyección y futuro. También estaba pensando en nuestra Navarra.
Merece la pena recordarlo, más cuando hablamos de religión y catolicismo. Fue un 9 de noviembre de 1982 cuando Juan Pablo II en aquel discurso sobre la identidad europea invocó, entre otras muchas cosas, lo que sigue: “Desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus posibles consecuencias negativas. No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo”. No por olvidadas tales palabras, han perdido actualidad.
Los tiempos cambian, las personas son otras, pero el corazón del hombre es el mismo. La Navarra que hemos conocido, en lo bueno y también en lo menos bueno, es fruto del trabajo de las muchas generaciones que nos precedieron. Eran religiosos, entendían que vivir para los demás era bueno, creían en el bien común, se dotaban de reglas que ayudaban a sobrevivir, a tener una existencia con sentido y a impartir justicia. No había conflicto entre el ser navarro y el ser religioso. Pero vivimos tiempos acelerados de cambio y transformación. Las imposturas se imponen a lo natural. La dialéctica al sentido común. Lo artificioso a lo espontáneo.
Así las cosas, además, la Iglesia tiene su propia “agenda”, pues su mirada y naturaleza son divinas. De hecho, los hay que se plantean que la Iglesia arriesgó mucho y perdió credibilidad por su vinculación a la unidad de España. Están en su derecho. Seguro que no les faltan argumentos teológicos o dialécticos. Y si no los tienen, se los inventan, que no pasa nada.
Pero también estamos en nuestro derecho si reclamamos la defensa de la sacralidad en la vida pública navarra y la identidad española allí donde vivimos y nos movemos. Sin complejos, sin violencias, sin mentiras.
Por ello, en una deseable fase de civismo democrático y de madurez social, los proyectos totalitarios sobran: sean panvasquistas, nihilistas, mercantilistas o islamistas.
Sila Félix
¿Y los fundamentalistas católicos...? ¿Están de más o forman parte de las esencias navarras? Yo votaría por lo primero.
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