Ha sido una de las polémicas estrella de los últimos días. Pero destaquemos, de entrada, una circunstancia un tanto relevante: los de Izquierda-Ezkerra tienen el mérito de romper, en alguna ocasión, la triste unanimidad del rodillo paramilitar de un cuatripartito desfilando a las órdenes del gran comisario Adolfo Araiz. Pero, en general, no lo pueden remediar: l@s chic@s de Izquierda-Ezkerra son comunistas a tope: vergonzantes unos, nostálgicos otros, creyentes todos. En consecuencia obran mayormente como tales. Si el uno de mayo pasado sus jóvenes cachorros, de las Juventudes Comunistas, pregonaban “¡¡pique al que pique, partido bolchevique!!”, no puede extrañar a nadie la excomunión del pobre Arturo Campión.
No se sabe, ni se sabrá, si ya estaba muy mayor cuando denostó los crímenes “rojo-separatistas”. O si era sincero cuando profesaba el tradicionalismo jaimista, el sabinismo más racial o el nacionalismo más literario. Lo que es evidente es que ha sido excluido a patadas del panteón progre: Sic transit gloria mundi.
No se sabe, ni se sabrá, si ya estaba muy mayor cuando denostó los crímenes “rojo-separatistas”. O si era sincero cuando profesaba el tradicionalismo jaimista, el sabinismo más racial o el nacionalismo más literario. Lo que es evidente es que ha sido excluido a patadas del panteón progre: Sic transit gloria mundi.
Ha sido precisamente los de Izquierda-Ezkerra quienes se han permitido reprochar a Arturo Campión determinados sesgos ideológicos que valoran inaceptables desde sus particulares entendederas; si bien sus correligionarios de entonces no les hicieron demasiados ascos: “racista” y “xenófobo”. Casi nada.
No estaría de más que repasaran su propia historia; no en vano por aquellos años no era el único doctrinario que transitaba aquellos pagos. Es más, en 1936 y 1937 muchos comunistas combatieron codo a codo con los gudaris sabinianos en la tremenda guerra civil española frente al denostado “fascismo terrateniente”. Señores y compañeros: las críticas ¡entonces!; no ahora, pues a toro pasado, las cosas se enracen y distorsionan por completo.
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Pero, ¿tan difícil es tratar de entender y juzgar el pasado en su contexto y con la mentalidad de entonces? Al menos es lo que se propugna desde la ciencia histórica más avanzada; y el propio sentido común. Pero la intolerancia de esta nueva KGB ideológica no se lleva nada bien con el menos común de los sentidos; pues sus bases son apriorismos ideológicos, juicios, condenas y ejecuciones. Lo llevan en los genes; una vez hacen profesión de fe comunista. Es lo que les pone. Y otra paradoja más: su puritanismo deviene en auxilio de la globalización y lo “políticamente correcto” mediante sus serviles labores de “policía del pensamiento”.
No seremos nosotros quienes defiendan la honorabilidad de D. Arturo Campión: no es de nuestra familia. Ni de sangre, ni ideológica. Esa obligación, para otros: nacionalistas vascos o quien se considere interpelado; Juan Cruz Alli o el que fuere, si es que todavía alguien más se atreve a pestañear ante el edicto condenatorio de tan novísimos Jueces de la Ley.
En todo caso queremos desvelar la gigantesca contradicción en la que incurren estos criptocomunistas: siendo como son defensores mudos y acríticos de un sistema genocida y criminal de ámbito universal, ¡se atreven a dar lecciones de moral todos los días! Con tales credenciales ¡no deberían salir de casa!; mucho menos enjuiciar a nadie por motivos ideológicos o morales.
El comunismo es, ante todo, ausencia de moral objetiva: un proyecto ideológico totalitario para el que el fin justifica los medios, revistiendo la arbitrariedad –única constante en su devenir- ropajes de múltiples pliegues dialécticos. De ahí la tremenda coherencia interna de esa frase atribuida a Stalin: “Un muerto es una tragedia. Cien millones de muertos, una estadística”. Una fórmula del todo acorde con la práctica de aquellos años del “decreto del terror rojo” (decretado por un nada inocente Lenin), las sucesivas hambrunas provocadas para la eliminación masiva y ciega de las poblaciones etiquetadas de opositoras, todo tipo de purgas, los gulags, ¡los genocidios por todo el orbe! En suma: el terrorismo de Estado más refinado y elaborado a escala industrial. Ya se sabe: lo suyo es la “economía planificada”. Lo han demostrado.
Hoy casi nadie duda que Stalin fuera un perverso criminal cuyas raíces están en la ideología y práctica del propio Lenin. E, incluso, algunos historiadores llegan a calificar al primero de genocida; pero ningún comunista se atreve a tanto. Y siguen recitando las loas de Neruda al padrecito sin vergüenza alguna. ¿Cómo denominar tales comportamientos?: ¿memoria selectiva o hemiplejía moral?
Milicianos posan con restos humanos profanados en una iglesia durante la Guerra Civil
Es un tópico plenamente vigente el que asegura que, entre los comunistas de toda época, prevalecería un impulso de “generosidad”, de “humanidad”, que todo justificaría: excesos, incumplimientos, incoherencias... Un tópico asumido por comunistas… y muchos otros, hasta el punto de que cuestionarlo puede suponer un grave accidente en la carrera intelectual, social o política de tan audaz como imprudente transgresor. Un ejemplo: el de los denominados “excesos”. Si tales fueran “extraídos” de su contexto histórico y trasladados a otro escenario, existiría unanimidad: de excesos, nada de nada, y sí ¡genocidios!, de grupos humanos enteros (opositores, creyentes religiosos, propietarios); de cualquier que se cruzara -objetiva o subjetivamente- en el camino de la revolución. “Quemados por el sol… de la revolución”, según la dedicatoria final de la gran película de Nikita Mikhalkov.
Concurre un nuevo fenómeno. Desde hace unas décadas, estos neocomunistas –I-E, Podemos, CUP, EH Bildu y tantos otros a nivel mundial- vienen incorporando a su particular compilación dogmática novísimos elementos doctrinarios que, a Lenin o Stalin, habrían chirriado profundamente: la ideología de género, la extensión de “nuevos derechos” individuales y sociales, el multiculturalismo euromasoquista… Sin límites ni fronteras. De tal modo que, en su conjunto, cumple una función legitimadora y de recambio de la utopía comunista: la lucha de clases apenas mueve voluntades ni conciencias; por el contrario, los “nuevos derechos” tientan a muchos, especialmente si están asociados al consumismo y el hedonismo. En definitiva, de lo que se trata es de subvertir la realidad y socavar las instancias naturales de la autoridad humana.
Oportunidades de rectificar las están teniendo, pero su espíritu permanece intransigente y férreo. Así, recordemos que los 46 países que formaban el Consejo de Europa en enero de 2006, aprobaron una resolución de "condena internacional de los crímenes de los regímenes comunistas totalitarios", subrayando "la poca consciencia" de las sociedades europeas sobre las "violaciones masivas de los derechos humanos" que acontecieron bajo las dictaduras comunistas del pasado y las actuales. "Este debate era necesario para que la gente de nuestros países se dé cuenta de lo que fueron los crímenes del comunismo", declaró el parlamentario conservador sueco Goran Lindblad, redactor del informe. "Mientras que otro régimen totalitario del siglo XX, el nazismo, ha sido condenado internacionalmente y los autores de estos crímenes, juzgados, crímenes similares cometidos en nombre del comunismo nunca han sido objeto de investigaciones ni de condena internacional alguna", sostiene dicha resolución.
Lindblad afirmaba en su texto que "todos los regímenes comunistas totalitarios han estado marcados sin excepción por las violaciones masivas de derechos humanos", incluyendo en esta definición a "los países actualmente comunistas", como Cuba, China y Corea del Norte. Tal resolución, aprobada finalmente con 99 votos a favor y 42 en contra, señalaba que esos crímenes "se justificaron en nombre de la teoría de la lucha de clases y del principio de la dictadura del proletariado", lo que "hacía legítima la 'eliminación' de las categorías de personas consideradas perjudiciales para la construcción de una nueva sociedad, y por tanto enemigas de los regímenes comunistas totalitarios".
La resolución argumentaba –de manera muy optimista- que la condena por parte de la comunidad internacional "favorecerá la continuación de la reconciliación" e incitará a los historiadores de todo el mundo a "establecer y verificar objetivamente el desarrollo de los hechos". En el texto, en el que se proponía rendir homenaje a las víctimas, se invitaba a los partidos comunistas a "reexaminar su propio pasado y a tomar distancia" de los citados crímenes. Lindblad recordó, también, que sólo en China y en la Unión Soviética esos regímenes causaron al menos 65 y 20 millones de muertos respectivamente.
Evidentemente los comunistas, que votaron en contra de dicha resolución junto a los socialistas, no han hecho los deberes. Tampoco los navarros, quienes persisten -erre que erre y sin pudor alguno- con la exhibición de sus viejas denominaciones (Partido Comunista de España, Juventud Comunista de Euskadi, Bloque Rojo, Unión de Juventudes Comunistas de España, etc.), sacando sus sangrientas banderas rojas con sus hoces y martillos exigiendo tributo de carne humana, oreando los viejos retratos de genocidas como Lenin.
Son oportunistas sin límite: sin frontera. Médicos sin fronteras, periodistas sin fronteras, payasos sin fronteras… Genocidas sin fronteras que propugnan lo peor de entonces y lo peor de ahora. Comunistas al modo de hace 100 años y posmodernos hedonistas de hoy.
Quisieron asaltar los cielos y se conforman hoy con reventar a base de caviar.
Comunistas del siglo XXI
Sila Félix
A fuerza de hacer creer que el separatismo es lo más progre-izquierdista que hay hoy en día, surgen estas sorpresas cuando nos remontamos a los orígenes del asunto a principios del siglo XX. El nacionalismo fue un invento burgués, y bien que lo sabían los obreros catalanes, por ejemplo.
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