Tanto desde los
partidos constitucionalistas, como por parte de los
separatistas-radical-progresistas, se “hace política”, con mayor o menor
fortuna, pero “no se juega a lo mismo”; ni en “la misma liga”. Tampoco
persiguen idénticos fines, ni se sirven de los mismos medios. Y todos ellos lo
saben; aunque, especialmente entre los primeros, muchos no quieran darse por
enterados. Un axioma fundamental, el recién enunciado, para comprender qué está
pasando realmente en Navarra.
Las reacciones de los diversos partidos políticos
navarros ante el barómetro de opinión del Departamento de sociología de la
UPNA, hecho público a principios de diciembre, no han aportado ninguna clave
interpretativa original; no en vano, tal y como suele suceder en situaciones
similares, todos se sentían, por uno u otro motivo más o menos torticero,
beneficiados.
Como se recordará, este estudio demoscópico anticipaba un
mínimo “baile” de escaños; de modo que UPN repetiría resultados (15 escaños al
Parlamento Foral), los separatistas de Geroa Bai y EH Bildu mantendrían sus 17
escaños (produciéndose un mínimo pero significativo trasvase de 1 escaño desde
los primeros a los segundos), el PSOE mantendrías sus 7 actuales, Izquierda-Ezkerra
los 2 suyos, Podemos bajaría de 7 a 7 y el PPN ganaría 1, quedándose en 3.
Ciudadanos quedaría fuera.
Artículo relacionado: El timo del Navarrómetro (2014)
Ciertamente, un único escaño arañado por la oposición
constitucionalista a la suma que sustenta al cuatripartito
separatista-radical-progresista le alumbraría la posibilidad de que –siempre
con el beneplácito del PSOE- recuperara en unas futuras elecciones buena parte
de las posiciones perdidas con su desalojo del Gobierno y de la mayoría de las
instituciones navarras con poder efectivo.
Koldo Martínez, por parte gubernamental, respondía con el
argumento de que el Ejecutivo dispondría –todavía- de buena parte de la
legislatura para revertir tan leve retroceso. Y no le falta razón. No en vano, el
hecho de que muchos consultados desaprobaran –en la encuesta- determinadas
prácticas de las políticas gubernamentales no se ha traducido en ningún
terremoto electoral; apenas una breve resaca.
Transcurridos, ya, unos días de aquello, casi nadie se
acuerda de tales resultados demoscópicos que, como todos, deben ser observados
con cierta prevención -por el modo de ejecución, errores de cálculo,
distorsiones de los propios consultados-, pero sin ignorarlos por completo;
pues “cuando el río suena…”.
En todo caso se impone un hecho: la fortaleza del
cuatripartito apenas se ha visto lesionada por las salpicaduras de la
turbulenta y continua cascada de las políticas desplegadas, con no poca
virulencia y polémica, en tantísimos frentes: lingüístico, educativo,
simbólicos, modelo policial, memoria histórica, gestión hospitalaria (comidas,
listas de espera, aborto), agenda “de género”, prácticas
oligárquico-partitocráticas, reelaboración del “relato” del terrorismo, etc.
Ello confirma lo que se viene percibiendo desde hace décadas: el electorado
separatista, al margen de siglas de conveniencia, es muy fiel. Y el pseudo-populista,
e igualmente radical-progresista de Podemos, no parece susceptible a cambios erráticos
incoherentes con su natural tendencia.
En el digital Navarra
Confidencial, el autor del texto “La hipermovilización del cuatripartito” analizaba el omnipresente despliegue callejero, cultural y simbólico de los
partidos y “organismos populares” afines al actual Gobierno, que configura en
su conjunto un férreo control social informal, lindante con modalidades de
coerción física en cierto modo herederas del terrorismo que perpetró durante
décadas la banda que lideraba –si no lo sigue haciendo todavía hoy- a una de
sus “patas” fundamentales, EH Bildu. Tal hipermovilización, y más una vez
instalados en el Gobierno Foral, no correspondería, a su juicio, a la lógica
propia de partidos democráticos; centrados en una labor institucional
“clásica”. Y, para explicar tamaña excepcionalidad, el editorialista les
atribuía una “naturaleza totalitaria”, lo que les arrastraría a la
hipermilitancia y una politización machacante en todos los ámbitos de la vida;
un diagnóstico certero y que compartimos. Pero, ¿Cómo afrontar tal ofensiva?
Pues como con cualquier enfermedad: en primer lugar, tomando conciencia de la
misma.
Una precisión previa. Tamaña cadena trenzada de normas
administrativas, posicionamientos públicos, decisiones políticas, imposiciones
educativas, manifestaciones callejeras, etc., implementadas desde el
cuatripartito y sus múltiples “brazos”, no son fruto de la improvisación:
responden, por el contrario, a una estrategia perfectamente diseñada. Y otras
muchas actuaciones, percibidas generalmente como irrelevantes juegos retóricos
sin apenas trascendencia real –oscurecimiento del “relato del terrorismo” en el
propio Parlamento y el revanchismo en fondo y forma contra el Monumento a los
Caídos de Pamplona y los allí enterrados, por poner dos ejemplos- no han
aterrizado de la nada: venían trabajando para ello desde hace años. Además,
ahora, controlando las instituciones, se les abrirán muchas más puertas para su
labor proselitista y de control social (y no sólo los Civivox y las bibliotecas públicas…). Y para los disidentes, ya
sabemos cómo se las gastan: manifestaciones antifascistas (¡¡!!) de carácter
“preventivo” y estigmatizador al mismo tiempo. Y “el que se mueva”, no es que
“no vaya a salir en la foto”, sino que… ¡se le puede hacer la vida muy, pero
que muy difícil!
El comentarista de Diario
de Navarra Luis M. Sanz, al analizar este domingo 11 de diciembre los
resultados demoscópico descritos, concluía, en cierto modo, cargando el peso de
la responsabilidad político-democrática -que pudiera cambiar el actual estado
de cosas mediante un futuro gobierno alternativo al actual- en un PSOE en
crisis de identidad y liderazgo. Ciertamente, la tiene. Pero depositar las
esperanzas de cambio político en que el PSOE experimente una catarsis de
sensatez, más un reajuste del centro-derecha navarrista con la progresiva desaparición
del electorado de Ciudadanos en beneficio de UPN y PPN –circunstancias ambas
que facilitarían un futuro gobierno constitucionalista en Navarra- no deja de
ser una política de resignación y renuncia. De resignación en una leve
esperanza de que los errores ajenos terminen revertiendo en la propia cosecha
electoral; una ilusión desmentida por un electoral
separatista-radical-progresista nada proclive a beneficiar en modo alguno a la
diabolizada “derecha cunetera”. Y de renuncia, a la “batalla de las ideas” y el
consiguiente escapismo ante la presión social de unos “organismos populares”
totalitarios –no confundir con la sociedad civil- que continúan ganando
voluntades y espacio… sobre todo si no se les planta cara.
Esa necesaria toma de conciencia de la situación real, para
afrontarla con respuestas e instrumentos adecuados, es responsabilidad de los
partidos políticos, pero también de la débil sociedad civil navarra; poco dada
a movilizaciones y, menos aún, a agruparse en torno a objetivos concretos a
largo plazo y con continuidad. No en vano, el futuro se juega no sólo en
parlamento y ayuntamientos; sino, sobre todo, en calles, plazas, teatros,
mercados, centros educativos y de trabajo, en los bares, clubs deportivos…
Y
si usted, amable lector que ha llegado hasta aquí, se muestra escéptico ante
las reflexiones precedentes, o considera que son tremendistas, no se pierda el
artículo que, en unos días, publicaremos sobre la agenda (para nada) oculta de
implantación del panvasquismo separatista en Navarra.
Efectivamente, unos y otros “hacen política”, pero otros
y unos “juegan a cosas muy distintas.
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