viernes, 29 de septiembre de 2017

Entérate de una vez, Serrat: ¡eres un fascista!


El pobre Joan Manuel Serrat, icono de la progresía, adalid de toda “santa causa” digna de ser avalada por los noticieros televisivos, encarnación del Espíritu de la Transición, ídolo referencial de las masas, rostro amigable y amante ideal de las mujeres de su generación… finalmente ha sido descubierto.

Definitivamente, se ha hecho saber que Serrat es un peligroso… ¡fascista! Y ya se sabe que “si el río suena, agua lleva”.

Un tanto molesto, Serrat negó la mayor, incluso trató de razonar. Por ello, afirmó que quien le acusa de fascista, “desconoce lo que es el fascismo” (http://www.huffingtonpost.es/2017/09/26/serrat-acusa-a-quienes-le-tachan-de-fascista-de-desconocer-lo-que-es-el-fascismo_a_23222833/). Es lo que tiene ser imputado, acaso injustamente -de algo, de lo que sea- y sin posibilidad de defensa: por mucho que se intente razonar, debatir, explicar… ¡es inútil! Así sucede que, quien es de tal modo acusado, con razones o sin ellas, será fascista de por vida.

Pero Serrat es mucho Serrat, de modo que se ha empeñado en exorcizar tan molestos demonios, acudiendo al rescate sus mediáticos amigos cantantes; todo ellos, al igual que él mismo, preclaros representantes de la “izquierda-caviar”. Un privilegio derivado de su posición social; nada plebeya.

En cierto modo, la situación es bastante divertida: ¡Serrat ha probado su propia medicina!, al igual que Juan Fernando López Aguilar experimentó en carne propia las bondades de su propia Ley. La duda que surge es: tamaña expedición de auxilio, ¿es sincera? ¿No será que les pesa que “cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”? Y es que, llegado el caso, haber, siempre hay para todos.

Lo que le ha sucedido a Serrat es, casi, de lo peor que le puede suceder hoy en la vida a cualquier progresista de escaparate.

Conviene recordar que esta modalidad de imputación global, de efectos tan temibles, inesperados, como permanentes, viene de muy lejos; de hecho forma parte de la “agit-prop” más refinada elaborada por la Internacional Comunista hace casi un siglo, y genialmente ejecutada por Willi Münzenberg. Para los interesados en sus andanzas, el libro El fin de la inocencia. Willi Münzenberg y la seducción de los intelectuales, de Stephen Koch, es imprescindible (https://www.epublibre.org/libro/detalle/31489).

A la acusación de “fascista” se le sumó, posteriormente, otra exitosa operación de ingeniería ideológica análoga: la “reductio ad Hitlerum” (http://www.elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=4952). Aplicada con notable éxito en el campo de la Historiografía, su lógica interna es similar a la sufrida por el mártir Serrat: ante una propuesta científica y académica de determinados hechos históricos, no acorde al discurso oficial, por ejemplo asociando “el “Holocausto” con el genocidio comunista en Rusia y entendiendo al segundo como antecedente lógico del primero, se esgrime rápidamente la acusación de “revisionista”, “criptonazi” y similares. Dicha descalificación, por motivos ideológicos, no puede admitir que un Holocausto, de base racista, pueda ser equiparado con unas “discutibles” matanzas, “desviaciones” inevitables de un experimento –el comunismo- que en todo caso debe rescatarse “por formar parte de un generosísimo impulso humano de liberación”. Los historiadores Nolte y De Felice, entre otros, ya desaparecidos, sufrieron tales técnicas estigmatizadoras (véase al respecto el decisivo estudio del español Pedro Carlos González Cuevas en el número 204 de la revista Razón Española: «Ernst Nolte en el contexto del revisionismo histórico europeo»).

Tanto Adolf Hitler como Joan Manuel Serrat beben agua, ¿casualidad?

Ambas técnicas son esgrimidas, incluso, en la vida cotidiana: si un padre exige que su hijo se termine la sopa, ¡fascista!; si un profesor trata de imponer orden entre sus alumnos, ¡fascista!; si un ciudadano amonesta a un viandante al escupir éste en el suelo, ¡fascista! En la esfera pública no es distinto: si te afirmas de derechas, ¡fascista!; si no apruebas los independentismos, ¡fascista!; si defiendes la familia “a secas”, ¡fascista!; si eres crítico con el cuatripartito navarro, ¡fascista!; si reclamas respeto a tus creencias religiosas, sobre todo a las católicas, ¡fascista! Esta maniobra se aplica “preventivamente” casi siempre, pero también en ámbitos nada progresistas: “cuidado, dicen que mengano es un fascista”. Entonces, ¡hasta los más pacatos y pusilánimes se pondrán firmes y se apartarán del diabólico mengano!

Esta afortunada fórmula puede –todavía más- enredarse si se le añaden otros epítetos como “fundamentalista” y “ultracatólico”; o las tan empleadas expresiones como “tecnofascismo” o “neoliberalismo salvaje”.

Si bien la orientación de estas imputaciones suele ser unidireccional, bien podrían emplearse contra sus propios adalides y compañeros de viaje. De tal modo, podríamos expresarnos así: Uxue Barcos ¡lacaya del capital! (por su gusto por los dineritos y tratos con el hipercapitalista PNV); Asirón, ¡nazi! (auténtico nacionalista y socialista); Santos, ¡criptocomunista amigo de los genocidas! (podemita más o menos marxista-leninista); etc., etc.

Todo ello sería muy sencillo, y más efectivo de contar con buenas cajas de resonancia: televisiones, medios impresos, digitales, la Universidad…

El pasado domingo, la corresponsal en Alemania de la gubernamental, y por tanto “popular” TVE, calificaba a unos cuantos millones de electores del centroeuropeo país como “neonazis, racistas, xenófobos…” Únicamente se privó de imputarles el robo masivo de chucherías de manos de los niños en los propios colegios. ¿La razón de ello? Ya lo han adivinado: haber votado al partido Alternativa por Alemania. Cuidadito, que si alguien trata de explicar la eclosión de tal fenómeno desde los errores cometidos en las labores del gobierno por los grandes partidos del sistema, la respuesta será automática: ¡fascista! Pero ello impide encontrar respuestas a algunos interrogantes elementales: ¿dónde están las escuadras nazis?, ¿no es su líder una lesbiana perfectamente integrada entre sus correligionarios?, ¿por qué le han votado casi un millón de antiguos votantes de izquierdas?

Ya puestos, reconozcámoslo: el cuerpo nos reclama constantemente calificar de ¡fascista! a cualquiera que nos moleste; sin importar el motivo. En suma, tales tácticas ¿favorecen el diálogo, la comprensión de la realidad, la tolerancia, la aproximación “al otro”?

Para dialogar con “el otro”, con los diferentes, hace falta, al igual que con los próximos, una ciertas cualidades: honradez intelectual, seriedad, el empleo de unas categorías mentales y lógicas claras y estables, silogismos básicos, normas de educación… ¡y juego limpio! Todo lo contrario de las características intrínsecas de las dos técnicas hoy descritas que pretenden, antes que nada, deshumanizar al adversario –lo sea conscientemente o no-; al igual que hicieron los terroristas y genocidas de toda época y calaña en los inicios de su carrera criminal.

Aunque las Luces y el radical-progresismo afirman querer “derribar los muros del oscurantismo”, históricamente es innegable que han implantado los mismos métodos que impugnaban en teoría. Peor aún: los han justificado desde cierta interpretación ideológica de la virtud y con el agravante de emplearse a escala industrial y con un alcance universal.

Por último, no olvidemos que “el aliado de hoy puede ser el enemigo del mañana”. ¿O era al revés?
De modo que amigos Serrat, Asirón, Uxue, Santos, etc., etc.: ¡todos fascistas! Disfrutadlo.

Sila Félix

1 comentario:

  1. Más le vale a Serrat que habló desde Chile. Si llega a hablar desde un café de Barcelona, igual le montan un lío ahí mismo.

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