martes, 21 de noviembre de 2017

Elaboración del “relato” del terrorismo: cobardía, hipocresía y cinismo


Un nuevo frente de la omnipresente “batalla de las ideas” se encuentra en pleno fragor: nos referimos a la denominada “elaboración del relato del terrorismo”.

Ésta viene siendo desarrollada desde diversas instituciones, generalmente de carácter académico, con notables aportaciones de instancias de cierta sociedad civil y de los autonombrados “operadores” internacionales especializados en “conflictos”. Este significativo movimiento socio-ideológico cuenta con el decidido impulso -material y legislativo- de las administraciones hoy ocupadas por exponentes de la izquierda abertzale y sus compañeros de viaje. Son muchos, pero destacaremos, aquí en nuestra tierra, a uno de estos grandes actores bien instalado en el Gobierno de Navarra: Álvaro Baraibar Etxeberria, director general de Paz, Convivencia, Derechos Humanos y Propaganda, dentro del Departamento de Relaciones Ciudadanas e Institucionales del que es Consejera Ana Ollo Hualde

De tal modo, viene desplegándose, desde hace unos pocos años, un lenguaje intencionalmente equívoco (conflicto, relato, memoria, sufrimiento compartido, socialización, orillas) cuyo objetivo no es otro que el de la imposición de una hipócrita y deseable “equidistancia moral” ante el presunto “conflicto” y su “resolución”. Y, con ella, la desactivación y neutralización de cualquier autoridad individual o colectiva capaz de señalar la existencia del bien y del mal.

El mar de fondo en el que navega esta estrategia es el mismo que, en líneas generales, ilustra nuestra sociedad posmoderna: una perplejidad generalizada cargada de posverdades y microrrelatos; unidos por su rechazo de toda moral objetiva. Así, cualquier moral y ética únicamente tendrían virtualidad privada. Sería el Estado, por medio de sus voceros mediáticos autorizados, los únicos cualificados para señalar qué está bien y mal: lo admisible y lo punible; lo actual y lo superado; lo que se lleva y lo que retrae; lo que vende y lo que no.

Estamos hablando, efectivamente, del relativismo. Y con ello no nos referimos sólo a ese latiguillo del que, obispos y algunos clérigos, todavía se sirven para intentar orientar a sus ovejas en el desasosiego de estos tiempos. Estamos pensando en su expresión práctica y cotidiana que todo invade; facilitando el asentamiento de cualquier tipo de comportamientos inducidos desde los poderes reales. De tal manera, lo que antaño podría entenderse como un grave atentado contra los intereses y las necesidades de la comunidad, ahora se oferta como un “nuevo derecho” individual o social que debe protegerse desde la discriminación positiva; otro instrumento de lo “políticamente correcto” hoy. Bien y mal no existirían. Tampoco moral ni ética. “Todo depende del color con que se mira”. Lo importante son “las experiencias”. “Y a vivir, que son dos días”. ¿Comerse el coco? ¿Para qué?

Sin duda, desde tales perspectivas, cualquier comportamiento puede debatirse, admitirse e incluso protegerse. En tamaña deriva, los casos son múltiples, pero ello permite que muchos afirmen, sin sonrojarse, que el “terrorismo” de ayer, hoy sería “autodefensa popular” o “vigilantismo social”. Pero, ¿estamos hablando sólo de meras palabras?

Asumido por el marxismo cultural, por las factorías radical-progresistas, y con toda la artillería del mundo abertzale y sus colaboradores de la “galaxia” Elkarri/Lokarri y sus numerosos epígonos institucionalizados, esa “elaboración del relato del terrorismo” pretende, básicamente, modificar los registros morales de la colectividad. Ello allanaría la despenalización de buena parte de los actos de terrorismo ya juzgados y condenados y la exploración de medidas de gracia; además de obtener una legitimidad política y moral para el proyecto totalitario de los terroristas, sus amigos, y compañeros de viaje.

La palabra clave es equidistancia. ¿Objetivo?, que la “mentalidad común” reflexione y comparta, más o menos, las siguientes ideas-fuerza: «Hubo un tiempo en el que el Estado español perpetraba diversas “violencias políticas” (policiales, parapoliciales, laborales, ecológicas, de género, etc.). En respuesta a tanta injusticia, determinados colectivos se habrían defendido cómo pudieron (la banda ETA, Solidarios con Itoiz, Comandos Autónomos Anticapitalistas, Iraultza, Jarrai, FRAP, etc.). Hubo excesos por ambas partes. Pero también mucha generosidad y buena intención, especialmente entre los rebeldes. Y mucho sufrimiento: muertos por ambas partes, inválidos de por vida, viudas, familias con hijos encarcelados a 700 kilómetros de su casa, accidentados, enfermos por contaminación». A partir de tales premisas ya es posible falsificar la historia, distorsionar la realidad, cambiar los comportamientos colectivos, confundir los espíritus, mercadear con el dolor real, prostituirse en el intento.

Este “relato”, pese a su extensión, es falso desde sus primeras premisas; empecemos por la primera de ellas.

Hubo unos agresores, los asesinos y sus numerosos cómplices, que libre y voluntariamente decidieron lanzar una campaña terrorista –con todas sus consecuencias- al objeto de instalar una “república socialista, vasca, independiente y euskaldún”. Ya fuera en el régimen franquista, a lo largo de la “Transición” o en una democracia del 78 ya instalada y consolidada, los terroristas persistieron en su estrategia; muy conscientes de que se trataba de una vía de muerte y dolor. Semejante estrategia siempre fue la misma; pero no pararon hasta comprender y asimilar que no era posible conseguir sus objetivos con tales medios. Por puro interés: ni generosidad, ni arrepentimiento alguno. En definitiva: asesinaron, coaccionaron, amenazaran y destruyeron la convivencia colectiva -sin remordimientos, ni reparar en daños de cualquier tipo- en aras de su ideal. Nadie les obligó. Organizaron y armaron una máquina formidable al servicio de la muerte y el terror “porque les dio la gana”; pudieron optar por otras alternativas. Entonces, ¿cómo equiparar el sufrimiento de cualquier víctima a la del verdugo que se prepara concienzudamente para ser eficaz en sus asesinatos fríos, cobardes, por la espalda e, incluso, tras torturarles?

Si las premisas son falsas, el relato consiguiente será una gigantesca impostura.


Las víctimas, inicialmente, fueron ignoradas y apartadas; después, despreciadas y silenciadas; tardíamente, instrumentalizadas por unos y por otros. Que las víctimas mantengan, durante tantos años y vicisitudes, la cordura y el sentido común, su capacidad crítica y tan altísima ejemplaridad, fue y es una suma casi infinita de actos heroicos.

Además de esta maniobra, propia de una ingeniería social que pretende sustituir ciudadanos por productores/consumidores acríticos y manejables, otra tendencia creciente es la de la rápida desmemoria social. Para muchos jóvenes, el terrorismo de ETA es cosa del pasado: no lo vivieron. Para otras generaciones más veteranas, se trata de algo a olvidar, pues sigue resultando “desagradable”, e incluso “superado”. No en vano, “hay que vivir”, mirar al futuro.

Así las cosas, toda iniciativa desarrollada por las víctimas del terrorismo, o quienes les apoyen de alguna manera, debe conocerse, difundirse y apoyarse; sin pretensiones de ningún tipo.

En Navarra ETA asesinó y mucho. No pocas de aquellas víctimas fueron personas procedentes de aquel tradicionalismo que, antaño, fuera una de las señas de identidad colectivas de esta tierra y sus gentes. En este contexto de desmemoria, manipulación y hartazgo, con demasiado dolor y sufrimiento sin cura en tantas familias rotas, Víctor Ibáñez Mancebo ha escrito un libro que nos toca muy de cerca: Una resistencia olvidada: tradicionalistas mártires del terrorismo (Ediciones Auzolan, 228 páginas, Córdoba, 2017). El libro se puede solicitar en el correo info@edicionesauzolan.net al precio de 22 €. El autor estará presente en una tertulia sobre el relato del terrorismo el próximo miércoles en Pamplona.


Este domingo tendrá lugar también en Pamplona otro en recuerdo a la primera víctima de ETA en Navarra, pero a este homenaje le dedicaremos un artículo completo avanzada la semana.


Es nuestra obligación: ante la desmemoria, el mercadeo y la tergiversación; estaremos con las víctimas siempre. Frente a la mentira y la manipulación. Memoria, dignidad y justicia.

Sila Félix

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