miércoles, 7 de octubre de 2015

La última carta de un soldado español


El monte Arruit se situa a unos 30 kilómetros al sur de Melilla. En agosto de 1921 y tras seis días de marcha desesperada llegan al fuerte de Arruit los restos de una columna del ejército español que huía del desastre de Annual, donde se refugian y preparan la defensa para un inminente ataque del ejército rifeño. Sin suministros y a sabiendas de que ningún ejército podía ir a salvarles, el 9 de agosto el general Navarro pacta con los líderes tribales la capitulación del fuerte: Los soldados españoles abandonarían sus armas y marcharían hacia Melilla con los heridos. Sin embargo los rifeños no respetaron el trato y atacaron a la columna de soldados españoles produciendo una masacre que dejó 3000 muertos.

En este contexto nos desplazamos al año 2012, durante unas excavaciones de lo que fue el fuerte aparece el cuerpo de un soldado español que se encuentra momificado por las condiciones del lugar. Entre las pertenencias del soldado, encuentran una pitillera de cuero con las iniciales P.G., la foto de una mujer joven, una moneda de plata con la efigie de Alfonso XIII y dentro de un sobre, una extensa carta todavía legible. En el sobre ponía (omitidos datos personales):

Hermano de armas, si lees esto será porque yo habré muerto. Por favor, cumple la última voluntad de este soldado español que ha caído por la Patria y haz llegar esta carta a María […] que vive en Málaga en la calle […]. Sus padres se llaman Manolo y Antonia.

Esta es la emotiva carta del soldado:

Mi dulce María, nunca pensé escribir esta carta, pero lo preocupante de la situación me lleva a ello. Llevamos días atrincherados y defendiendo Monte Arruit, apenas tenemos agua y comida. Los moros nos cercan y nos hacen fuego, cada día tenemos nuevas bajas, ya sea por causa enemiga o por efecto del calor, y no tenemos medicamentos ni medios de asistencia sanitaria.

Según dicen, el General Berenguer le ha prometido a Navarro que mandarán refuerzos desde Melilla, pero la ayuda nunca parece llegar. Hay descontento y pesar entre los hombres aquí. Hay rumores fiables de que se negociará la rendición de la plaza, pero no sabemos mucho más al respecto. No sé qué pasará, hemos pasado muchas penurias en esta maldita guerra, pero como la de Monte Arruit no la he vivido. Ya se sabe como actúan los moros y tengo mucho miedo por lo que pueda pasar, estamos prácticamente a su merced y no creo que podamos resistir mucho más el hostigamiento al que nos someten.

En el campamento tratamos de animarnos los unos a los otros; por su parte, día tras día, los oficiales nos recuerdan lo que implica ser un soldado español con arengas patrióticas, pero lo que más nos reconforta, dentro de lo que se puede, es la camaradería que hacemos todos en estos difíciles momentos.

La verdad que no sé por qué te estoy contando esto, supongo que por egoísmo al desahogarme con este papel. No quiero robarte más líneas, ya que esta carta es para ti: la dulce niña de mis ojos, mi morena, mi malagueña, mi razón de vivir, mi anhelo, la estrella que me guía en las noches, la única persona por la cual suspiro día tras día y me reconforta pensar que pronto te veré, que pronto te abrazaré, que pronto te besaré y que pronto me casaré contigo. Dios sabe lo mucho que te quiero.

Aún me acuerdo de la primera vez que te vi, con aquel vestido azul, tu pelo negro azabache recogido en un coco, esos ojos verde esmeralda que son capaces de cegar más que este sol africano y convertir a cualquier hombre en estatua de sal con sólo regalarle una mirada tuya. Me acuerdo de la canasta de mimbre llena de pescado que llevabas pues venías del mercado y como yo, apoyado en la pared de la calle de mi casa, quedé absorto ante tu belleza. Te eché un piropo cuando pasaste por delante mía, no pensé que me hicieras caso, ya que tal hermosura tiene que estar acostumbrada a que te los digan, pero giraste tu preciosa cara, me miraste y me sonreíste. Bendito piropo aquel. Te pedí acompañarte a casa para hablarte por el camino y me lo permitiste.

Desde entonces fuimos inseparables, me costó que tu padre me aceptara, pero ya sabes que la insistencia siempre ha sido mi virtud. Aún me tiemblan las piernas cuando me acuerdo de aquel primer beso que te robé en la puerta de la casa de tu tía, se nos paró el mundo alrededor en ese instante. En fin, hay tantas cosas que podría contar...

Seguro que mientras lees esto estás esbozando una sonrisa. En estas líneas que llevo hablando de ti se me ha olvidado momentáneamente todo lo que estoy pasando aquí. Siempre serás mi mejor medicina y el remedio de todos mis males. Ya sabes que al comienzo de esta carta te dije que nunca pensé escribirla. Es de despedida, mi amor. Si recibes esta carta será porque yo ya no estaré.

No quiero ser egoísta y por ello te pido que no me guardes luto, que no te apenes por mí, que rehagas tu vida lo más pronto posible y que no me eches en falta pues yo siempre estaré contigo en cada momento de tu vida. Que seas muy feliz y que hagas realidad todos tus sueños, ya que los míos se cumplieron cuando me dejaste amarte. Quiero que sepas que mis últimos pensamientos son para ti y que siempre te querré y cuidaré allá donde esté.

Monte Arruit a 8 de agosto de 1921.

De tu soldadito, Pedro.

Tras una búsqueda que no fue fácil, se pudo encontrar a los familiares de María, la destinataria. Sus nietos recordaban como la mujer siempre guardaba en la mesita de noche la foto de un joven soldado junto con un rosario y como durante muchos años, incluso después de casada, acudía día tras día al puerto de Málaga con la esperanza de que llegase el barco que habría de traer de vuelta a su primer novio. Desgraciadamente, María falleció en 1987 a la edad de 85 años sin poder leer la carta última carta de Pedro. Pidió ser enterrada con la foto de su primer amor y el rosario entre las manos.

1 comentario:

  1. Precioso artículo. Que Dios acoja en su gloria a los miles de soldados que dieron su vida por nuestra España.

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