martes, 13 de diciembre de 2016

Todo sigue igual, o lo que es lo mismo, vamos a peor. Y el navarrismo político sin querer enterarse


Tanto desde los partidos constitucionalistas, como por parte de los separatistas-radical-progresistas, se “hace política”, con mayor o menor fortuna, pero “no se juega a lo mismo”; ni en “la misma liga”. Tampoco persiguen idénticos fines, ni se sirven de los mismos medios. Y todos ellos lo saben; aunque, especialmente entre los primeros, muchos no quieran darse por enterados. Un axioma fundamental, el recién enunciado, para comprender qué está pasando realmente en Navarra.

Las reacciones de los diversos partidos políticos navarros ante el barómetro de opinión del Departamento de sociología de la UPNA, hecho público a principios de diciembre, no han aportado ninguna clave interpretativa original; no en vano, tal y como suele suceder en situaciones similares, todos se sentían, por uno u otro motivo más o menos torticero, beneficiados.

Como se recordará, este estudio demoscópico anticipaba un mínimo “baile” de escaños; de modo que UPN repetiría resultados (15 escaños al Parlamento Foral), los separatistas de Geroa Bai y EH Bildu mantendrían sus 17 escaños (produciéndose un mínimo pero significativo trasvase de 1 escaño desde los primeros a los segundos), el PSOE mantendrías sus 7 actuales, Izquierda-Ezkerra los 2 suyos, Podemos bajaría de 7 a 7 y el PPN ganaría 1, quedándose en 3. Ciudadanos quedaría fuera.


Artículo relacionado: El timo del Navarrómetro (2014)

Ciertamente, un único escaño arañado por la oposición constitucionalista a la suma que sustenta al cuatripartito separatista-radical-progresista le alumbraría la posibilidad de que –siempre con el beneplácito del PSOE- recuperara en unas futuras elecciones buena parte de las posiciones perdidas con su desalojo del Gobierno y de la mayoría de las instituciones navarras con poder efectivo.

Koldo Martínez, por parte gubernamental, respondía con el argumento de que el Ejecutivo dispondría –todavía- de buena parte de la legislatura para revertir tan leve retroceso. Y no le falta razón. No en vano, el hecho de que muchos consultados desaprobaran –en la encuesta- determinadas prácticas de las políticas gubernamentales no se ha traducido en ningún terremoto electoral; apenas una breve resaca.

Transcurridos, ya, unos días de aquello, casi nadie se acuerda de tales resultados demoscópicos que, como todos, deben ser observados con cierta prevención -por el modo de ejecución, errores de cálculo, distorsiones de los propios consultados-, pero sin ignorarlos por completo; pues “cuando el río suena…”.

En todo caso se impone un hecho: la fortaleza del cuatripartito apenas se ha visto lesionada por las salpicaduras de la turbulenta y continua cascada de las políticas desplegadas, con no poca virulencia y polémica, en tantísimos frentes: lingüístico, educativo, simbólicos, modelo policial, memoria histórica, gestión hospitalaria (comidas, listas de espera, aborto), agenda “de género”, prácticas oligárquico-partitocráticas, reelaboración del “relato” del terrorismo, etc. Ello confirma lo que se viene percibiendo desde hace décadas: el electorado separatista, al margen de siglas de conveniencia, es muy fiel. Y el pseudo-populista, e igualmente radical-progresista de Podemos, no parece susceptible a cambios erráticos incoherentes con su natural tendencia.

En el digital Navarra Confidencial, el autor del texto “La hipermovilización del cuatripartito” analizaba el omnipresente despliegue callejero, cultural y simbólico de los partidos y “organismos populares” afines al actual Gobierno, que configura en su conjunto un férreo control social informal, lindante con modalidades de coerción física en cierto modo herederas del terrorismo que perpetró durante décadas la banda que lideraba –si no lo sigue haciendo todavía hoy- a una de sus “patas” fundamentales, EH Bildu. Tal hipermovilización, y más una vez instalados en el Gobierno Foral, no correspondería, a su juicio, a la lógica propia de partidos democráticos; centrados en una labor institucional “clásica”. Y, para explicar tamaña excepcionalidad, el editorialista les atribuía una “naturaleza totalitaria”, lo que les arrastraría a la hipermilitancia y una politización machacante en todos los ámbitos de la vida; un diagnóstico certero y que compartimos. Pero, ¿Cómo afrontar tal ofensiva? Pues como con cualquier enfermedad: en primer lugar, tomando conciencia de la misma.



Una precisión previa. Tamaña cadena trenzada de normas administrativas, posicionamientos públicos, decisiones políticas, imposiciones educativas, manifestaciones callejeras, etc., implementadas desde el cuatripartito y sus múltiples “brazos”, no son fruto de la improvisación: responden, por el contrario, a una estrategia perfectamente diseñada. Y otras muchas actuaciones, percibidas generalmente como irrelevantes juegos retóricos sin apenas trascendencia real –oscurecimiento del “relato del terrorismo” en el propio Parlamento y el revanchismo en fondo y forma contra el Monumento a los Caídos de Pamplona y los allí enterrados, por poner dos ejemplos- no han aterrizado de la nada: venían trabajando para ello desde hace años. Además, ahora, controlando las instituciones, se les abrirán muchas más puertas para su labor proselitista y de control social (y no sólo los Civivox y las bibliotecas públicas…). Y para los disidentes, ya sabemos cómo se las gastan: manifestaciones antifascistas (¡¡!!) de carácter “preventivo” y estigmatizador al mismo tiempo. Y “el que se mueva”, no es que “no vaya a salir en la foto”, sino que… ¡se le puede hacer la vida muy, pero que muy difícil!

El comentarista de Diario de Navarra Luis M. Sanz, al analizar este domingo 11 de diciembre los resultados demoscópico descritos, concluía, en cierto modo, cargando el peso de la responsabilidad político-democrática -que pudiera cambiar el actual estado de cosas mediante un futuro gobierno alternativo al actual- en un PSOE en crisis de identidad y liderazgo. Ciertamente, la tiene. Pero depositar las esperanzas de cambio político en que el PSOE experimente una catarsis de sensatez, más un reajuste del centro-derecha navarrista con la progresiva desaparición del electorado de Ciudadanos en beneficio de UPN y PPN –circunstancias ambas que facilitarían un futuro gobierno constitucionalista en Navarra- no deja de ser una política de resignación y renuncia. De resignación en una leve esperanza de que los errores ajenos terminen revertiendo en la propia cosecha electoral; una ilusión desmentida por un electoral separatista-radical-progresista nada proclive a beneficiar en modo alguno a la diabolizada “derecha cunetera”. Y de renuncia, a la “batalla de las ideas” y el consiguiente escapismo ante la presión social de unos “organismos populares” totalitarios –no confundir con la sociedad civil- que continúan ganando voluntades y espacio… sobre todo si no se les planta cara.

Esa necesaria toma de conciencia de la situación real, para afrontarla con respuestas e instrumentos adecuados, es responsabilidad de los partidos políticos, pero también de la débil sociedad civil navarra; poco dada a movilizaciones y, menos aún, a agruparse en torno a objetivos concretos a largo plazo y con continuidad. No en vano, el futuro se juega no sólo en parlamento y ayuntamientos; sino, sobre todo, en calles, plazas, teatros, mercados, centros educativos y de trabajo, en los bares, clubs deportivos…

Y si usted, amable lector que ha llegado hasta aquí, se muestra escéptico ante las reflexiones precedentes, o considera que son tremendistas, no se pierda el artículo que, en unos días, publicaremos sobre la agenda (para nada) oculta de implantación del panvasquismo separatista en Navarra.

Efectivamente, unos y otros “hacen política”, pero otros y unos “juegan a cosas muy distintas.

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