miércoles, 11 de abril de 2018

¿Memoria Histórica o revanchismo guerracivilista?


El del Monumento a los Caídos de Pamplona, del que venimos hablando y no poco en este blog últimamente, en realidad no es un caso excepcional. El encono y persistencia con que se le viene persiguiendo –y ello, además, sin posibilidad de réplica a un discurso impuesto y autopresentado como universalmente explicativo y definitivo- acompaña múltiples decisiones políticas, acciones sociales, pronunciamientos mediáticos, legislaciones nacionales, autonómicas y municipales… muchas de ellas impulsadas desde unas asociaciones autodenominadas de Memoria Histórica. Y por toda España de manera análoga. El del Monumento a los Caídos de Pamplona sería otro supuesto más… ¿Seguro?

En este caso que nos ocupa concurre una incidencia significativa, acaso decisiva, al proporcionar abundante luz sobre este debate: ETA, desde sus orígenes, se marcó como objetivo prioritario demoler este Monumento y eliminarlo hasta del recuerdo mismo. Quiso imponer su Memoria Histórica y su “relato”, frente a la verdad y realidad de la misma.

La Transición española a la democracia tuvo aspectos positivos y otros no tanto. Pero, en todo caso, estuvo marcada por la voluntad de superación de las ulteriores guerras civiles que tanto sufrimiento trajeron a España en los siglos XIX y XX, así como el cierre de las heridas previas más inmediatas; incluso las del terrorismo sufrido a finales del franquismo.

Existió un general consenso –ejemplar el papel del Partido Comunista de España de entonces- roto exclusivamente por ETA y GRAPO, quienes persiguieron, todavía con más medios y saña, sus estrategias terroristas; no dirigidas ya contra un franquismo enterrado en las instituciones y por la Historia, sino contra la misma realidad de una España que nunca aceptaron. Unos querían romperla; otros, sovietizarla.

Insistiremos en algo obvio: no hay nada más humano que el afán de sentido, reconocimiento, justicia, relato y afecto. Y si es posible, reparación.

Cientos de miles de personas sufrieron en extremo bajo el franquismo, en primera persona, o en las de sus familiares más directos. Todas ellas precisaban –también hoy- memoria y reparación. Bienvenidas, así, todas las actuaciones emprendidas en tal sentido: recuperación de cuerpos, entierros dignos, ceremonias de reconocimiento, placas, monumentos, películas y relatos, estudios científicos... Pero si se procede paralelamente a la eliminación sistemática de todo lo que recuerde a los “otros”, tales extremos no estarán dirigidos a la reconciliación, sino al revanchismo determinado por un guerracivilismo que pretende alterar la Historia... con efectos retroactivos.

No vamos a afirmar que todas las violencias sean similares; tal carga, para los amigos de los terroristas. Ni creemos en la equidistancia moral. Tampoco concebimos que cada sufrimiento, personal e intransferible, pudiera, siquiera, suprimirse con palabras vanas y tardías.

El Ayuntamiento de Callosa de Segura (Alicante), gobernado por un tripartito formado por el PSOE, Podemos e Izquierda Unida; retiro una cruz "franquista" entre una gran contestación ciudadana. Ahora los vecinos de Callosa de Segura reproducen la cruz de los caídos en forma de luz a pesar de que están siendo multados con 100€ por noche.

Memoria, por supuesto. Historia, siempre. Reconciliación: es deseable e imperiosa. La paz, el objetivo que debiera ser común a todos. Pero no seamos ingenuos: para algunos la paz no es un bien prioritario, incluso apenas deseable; por encima estaría el triunfo del propio proyecto político y social. El fin justificaría los medios. Un ejemplo evidente: el de todos los terrorismos.

No obstante, más allá de generalizaciones más o menos compartidas, debemos señalar que la denominada Memoria Histórica parte de algún discutido presupuesto metodológico que afecta incluso a su propia denominación: si es memoria, será selectiva. Y si es selectiva, no puede ser histórica, pues esta disciplina –la Historiografía- pretende explicar qué sucedió, cómo, porqué, quienes fueron sus protagonistas, sus mentalidades, su intrahistoria, la vida cotidiana… De una manera integral, unitaria; sin eliminar espacios, hechos, o protagonistas. Sin “adaptarla”, mutilándola, en función de un criterio ideológico.

En los años de la Transición, especialmente a lo largo de los primeros, pero también en un goteo constante perpetrado en décadas siguientes, se eliminaron monumentos e inscripciones “franquistas” de todo tipo, múltiples denominaciones de los callejeros, de las mismas localidades, estatuas, títulos honoríficos…  De hecho, del franquismo no queda mucho a nivel simbólico; pero sí materialmente hablando: ¿se debieran derribar todos los miles de viviendas sociales entonces edificadas? ¿Y los colegios, carreteras, edificios públicos de todo tipo…?

Efectivamente, permanecen en pie el Valle de los Caídos, en Madrid, y este gran monumento navarro. Pero, la pretensión de su demolición, ¿realmente responde a una higiene democrática o, más bien, a intereses de tinte totalitario cuyo objetivo real sería el cambio socio-político y  mental por medio de una “policía del pensamiento”?

Mucho tenemos que, analizando críticamente los procesos en marcha, nos encontramos ya en esta situación que, en su naturaleza última, nada tiene que ver con la verdad histórica; siendo tal máscara, únicamente, mero instrumento a manipular al servicio de fines totalmente ajenos.

Veamos una situación de hecho que se remite al más elemental sentido común. Si hoy es imposible recabar apoyo institucional alguno en la búsqueda de un requeté navarro desaparecido en combate en el frente de Belchite, por poner un ejemplo, alegándose desde las instituciones actuales que sus familiares pudieron hacerlo durante 40 años de franquismo y que no se contempla por ley, algo está fallando en los presupuestos de tales medidas; y en el mismísimo sentido de realidad. En el franquismo tampoco se desplegaron excesivos medios al respecto; respondiendo buena parte de las mismas a iniciativas particulares. De hecho, hoy mismo, vienen siendo recuperados restos de combatientes del ejército nacional, si bien se consideraba que corresponderían a republicanos represaliados (https://www.20minutos.es/noticia/3070917/0/exhuman-primera-fosa-figuerola-dorcau-encuentran-17-soldados-guerra-civil/).

Soldados republicanos llevan capturado a un oficial del bando nacional para ser fusilado durante la Guerra Civil Española (1936)

En la pretensión de borrar todo rastro de aquél que sea considerado como rival, despreciando por puro sectarismo otras legítimas pretensiones, no hay grandeza alguna. Si se pretende resarcir la violencia pasada con otras modalidades más “actuales y “sofisticadas” de violencia espoleadas por el rencor, sus frutos no serán duraderos. Ni responderán a la verdad.

Memoria Histórica, de acuerdo, pero para todos y para todo. En caso contrario, se trata de elemental sectarismo.

Reconciliación… Todas las personas de buena voluntad afirman que es un bien colectivo siempre deseable. Pero hoy algunos persiguen un tardío castigo del “otro”, borrar su recuerdo, eliminarlo del relato histórico, imponer una única visión… Todo esto es incompatible con las prácticas más elementales dirigidas a la reconciliación; lo que implica “unos”, “otros”, acaso unos “terceros”, y, en todo caso, pluralidad de fuentes, testimonios, miradas... Unanimidad equivale, entonces, a totalitarismo.

Perdón… Un movimiento de la inteligencia, la voluntad y el afecto que debe ser siempre libre, moral y personal: no existiendo Ley que lo imponga. Ni violencia que lo sostenga por siempre.

El que fuera presidente de la Segunda República, y tantas veces citado, D. Manuel Azaña, incorporó otra palabra en tan difícil, pero necesaria, ecuación colectiva: piedad. Un término que acaso hoy suene a “antiguo”, se perciba como demasiado “religioso”, o simplemente imposible de practicar.

Paz, piedad, perdón; en palabras literales de Don Manuel de su célebre discurso del 18 de julio de 1938 en Barcelona: «Cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, piedad, perdón».

Es la pura y dura realidad: muchos de quienes dicen ser deudores del espíritu del intelectual alcalaíno, o no le comprenden o simplemente lo ningunean…. conforme el bastardo interés del momento. Piedad, por tanto.

Por último: verdad. Simplemente, verdad. Para buscarla, sin adjetivos, hay que ser honesto y veraz. Pero cuando hay una ideología por medio, ello es imposible; o extremadamente dificultoso. Aquí radica la clave de la peculiar Memoria Histórica de hoy: está al servicio de una ideología totalitaria que pretende destruir la Historia, cambiar las mentalidades y predeterminar el futuro. Un ejercicio de “ingeniería social” que torpedea la convivencia.

Por todo ello, hoy, los espíritus críticos no pueden permanecer en silencio cuando se dogmatiza y discursea por medio de eslóganes vacíos de estricta virtualidad propagandística. Ser rebelde y crítico implica rechazar la Memoria Histórica que nos quieren imponer desde el poder.


Sila Félix

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